Hidratos de carbono
Los hidratos de carbono, o carbohidratos:
Son la principal fuente de energía para el organismo humano, por ser la más común y más barata en todo el mundo.
También son conocidos como glúcidos, nombre que deriva de la palabra glucosa que proviene
de la palabra griega glykys que significa dulce, aunque son pocos los que tiene este
sabor. Otro nombre por el que son conocidos es el de sacáridos, de la palabra latina que significa
azúcar, aunque el azúcar común es tan sólo uno de los centenares de compuestos distintos
que pueden clasificarse en este grupo.
Los hidratos de carbono son compuestos orgánicos cuya molécula está formada por tres elementos
simples, el carbono, el oxígeno y el hidrógeno. Como estos dos últimos elementos
se encuentran en la misma proporción que en el agua, de ahí deriva su nombre clásico de hidratos
de carbono, ya que aparentemente es como si se añadieran moléculas de carbono y
de agua, pero en realidad, su formulación desarrolla formas químicas mucho más complejas.
De todos los nutrientes que se pueden emplear para obtener energía, los hidratos de carbono
son los que producen una combustión más “limpia” en nuestras células y dejan menos
residuos en el organismo. De hecho, el cerebro y el sistema nervioso, en condiciones normales,
solamente utilizan glucosa para obtener energía, evitándose así la presencia de
residuos tóxicos (como el amoniaco, que se produce al quemar proteínas).
Se encuentran fundamentalmente en los vegetales, que los elaboran con ayuda de la energía
que obtienen de la radiación solar, proceso que se denomina fotosíntesis, aunque en
los animales y en los seres humanos, hay pequeñas cantidades almacenadas en el hígado y
músculos en forma de glucógeno.
CLASIFICACIÓN QUÍMICA
La estructura fundamental de los hidratos de carbono responde a la fórmula química
Cn (H2O)n, donde n indica el número de veces que se repite la relación para formar una molécula
de carbohidrato más o menos compleja.
Respecto a la fórmula química podemos dividir a los hidratos de carbono en tres grupos principales:
monosacáridos, disacáridos y polisacáridos.
Monosacáridos
En los monosacáridos n tiene un valor igual o mayor que tres siendo más frecuentes los que
cuentan con 6 átomos de carbono (C6H12O6). Son las formas más simples ya que están constituidos
por una sola molécula, por ello no sufren ningún proceso de digestión, y se absorven
como tales por el intestino, por lo que son la fuente de energía más rápida. Son sustancias
blancas, con sabor dulce, cristalizables y solubles en agua.
Las principales moléculas de monosacáridos son hexosas, es decir, poseen seis átomos de
carbono, como la glucosa, la galactosa y la fructosa, pero los monosacáridos pueden tener
entre 3 y 7 átomos de carbono. Así, por ejemplo, estaría la ribosa que pertenece al grupo
de las pentosas ya que contiene 5 átomos y es un componente estructural de nucleótidos,
como el ATP (adenosin trifosfato o trifosfato de adenosina).
La glucosa o dextrosa
es el principal producto final de la digestión de los hidratos de carbono complejos o polisacáridos. De esta forma los absorbemos.
Para su metabolismo es necesaria la participación de la hormona insulina. La glucosa podemos
encontrarla como tal en la miel, en el zumo de uva y otros frutos maduros pero normalmente
se encuentra en disacáridos y polisacáridos (cadenas de almidón).
La glucosa se almacena en el hígado y en el músculo en forma de glucógeno, que es la forma
de almacenamiento de los carbohidratos en el organismo. Está formado por largas cadenas de glucosa unidas entre sí, constituyendo la principal fuente de energía cuando practicamos
una actividad física intensa. Cuando hay una disminución de glucosa en sangre, el
glucógeno es degradado a través de enzimas y transformado en glucosa, de esta manera se
pueden cubrir las necesidades energéticas del organismo.
El nivel de glucosa en sangre se conoce por el nombre de glucemia, de tal forma que la palabra
hipoglucemia indica un nivel demasiado bajo y por el contrario, hiperglucemia indicaría
un valor demasiado alto. Los valores normales de glucemia se encuentran entre 60 y 110
miligramos de glucosa por decilitro de sangre, medidos en ayunas.
Las personas que tienen niveles altos de glucosa en sangre son los diabéticos, que deben
administrarse diversos medicamentos, además de la insulina, para que sus niveles de glucosa
se mantengan en límites normales. Esta situación de normalidad se conoce como normoglucemia.
La fructosa
ingerida en cantidades moderadas, no necesita de la insulina para su metabolización,
por ello puede ser consumida como sustituto del azúcar por los diabéticos. También
es la principal fuente de energía de los espermatozoides, que la metabolizan en sus mitocondrias.
La podemos encontrar en la mayoría de las frutas maduras y en la miel, junto con
la glucosa.
La galactosa
podemos encontrarla en las legumbres junto con otros hidratos de carbono, y
es uno de los componentes del disacárido lactosa (carbohidrato de la leche). Es muy importante
en la dieta durante los primeros meses de vida, correspondiendo con la época de la
lactancia. Se sintetiza en las glándulas mamarias y es metabolizada en el hígado, donde se
convierte en glucosa.
Disacáridos
Son carbohidratos formados por la unión de dos moléculas de monosacáridos, dicha unión
se realiza por medio de los llamados enlaces glucosídicos. Por el contrario la hidrólisis, o rotura
del enlace glucosídico de un disacárido origina dos unidades de monosacáridos. Son solubles
en agua, dulces y cristalizables.
En la mucosa del tubo digestivo humano existen unas enzimas, que son sustancias capaces de
acelerar las reacciones bioquímicas del organismo, llamadas disacaridasas, que hidrolizan el
enlace glucosídico que une a los dos monosacáridos, lo que permite su absorción intestinal.
Los disacáridos más conocidos son la sacarosa, la maltosa y la lactosa.
La sacarosa
está formada por una molécula de glucosa y una de fructosa. Es el azúcar de
consumo habitual, ya sea blanco o negro, que se obtiene a partir de la caña de azúcar y de
la remolacha azucarera, aunque también se encuentra en otros alimentos como la piña o la
zanahoria. Juega un papel importante en la dieta del hombre ya que contribuye a mantener
los valores normales de glucosa en sangre.
La maltosa
se forma por la unión de dos unidades de glucosa. La maltosa o azúcar de malta
se obtiene a partir de la cebada germinada o en forma de material de reserva de tubérculos,
semillas y raíces de muchos vegetales, o también como un producto intermedio de
la hidrólisis del almidón. Se utiliza en la elaboración de la cerveza.
La lactosa
es el azúcar contenido en la leche, por eso es el único disacárido de origen animal
con importancia nutricional, así por ejemplo, la leche de vaca contiene del 4 al 5% de
lactosa. Está formada por una molécula de glucosa y otra de galactosa. La enzima intestinal
responsable de su división o hidrólisis se llama lactasa y es una sustancia que sintetiza muy
fácilmente el organismo en el periodo de la lactancia, pero en muchas ocasiones, conforme
se llega a la edad adulta disminuye su síntesis o incluso desaparece totalmente. Entonces se
desarrolla una intolerancia a la lactosa, de tal forma que cuando se ingieren productos que
la contienen, como la leche, las natillas, el queso, etc., se producen molestias intestinales
que pueden ir acompañadas de náuseas, calambres y diarrea.
En el proceso de fermentación láctica que se desarrolla para la fabricación del yogur, la lactosa
se transforma en ácido láctico, responsable de la acidez que tienen estos productos,
por lo tanto son más fácilmente digeribles por todos los grupos de población. Hay que considerar
que el ácido láctico contenido en el yogur y leches fermentadas no tiene ninguna relación
con el ácido láctico producido por las células musculares durante el ejercicio físico intenso.
El primero actúa como un nutriente más, y por lo tanto, es absorbido en la mucosa
intestinal y posteriormente utilizado por el organismo, mientras que el segundo es un producto
secundario del metabolismo de la célula muscular en condiciones anaeróbicas, y su
acumulación impide o disminuye la acción de las enzimas formadoras de energía, por lo que
constituye un factor limitante del rendimiento en esfuerzos de elevada intensidad.
Polisacáridos
Los polisacáridos están formados por la unión de muchos monosacáridos, desde 11 hasta
cientos de miles, y la mayor parte de glúcidos que aportamos al organismo están de esta forma.
Son largas cadenas de moléculas simples de carbohidratos y dependiendo de cómo sean
los enlaces químicos que los unen, el organismo podrá romperlos fácilmente mediante las
enzimas digestivas o no podrá hacerlo.
Atendiendo a esta posibilidad, los clasificamos de la siguiente manera:
Digeribles:
Dentro de este grupo se engloban los almidones o féculas y el glucógeno.
Los almidones constituyen la reserva energética de los vegetales. Fundamentalmente forman
parte de los cereales, las féculas (patata) y las legumbres. Están formados por larguísimas
cadenas de moléculas de glucosa unidas entre sí.
Atendiendo a la configuración espacial, podemos hablar de dos tipos de cadenas: unas rectas,
llamadas amilosas, y otras ramificadas, que reciben el nombre de amilopectinas.
Dependiendo de la prevalencia de unas u otras, el almidón será más fácilmente digerido, y
por lo tanto más rápidamente absorbida la glucosa que contiene, o por el contrario, el proceso
digestivo de rotura de estos enlaces será mayor y su velocidad de absorción será más
lenta. Este hecho explica el índice glucémico de los alimentos de procedencia vegetal, que
se comentará más adelante.
Así pues, las diversas enzimas digestivas se encargan de romper esas largas cadenas hasta
transformarlas en moléculas de glucosa para que sean absorbidas.
La rotura parcial de las cadenas de almidón por acción enzimática o por la acción del calor
dan como resultado unidades de menor tamaño llamadas dextrinas o, más comúnmente,
maltodextrinas, que son por ello más fáciles de digerir.
El glucógeno constituye la reserva glucídica de los animales y por lo tanto de la especie humana.
En el organismo se almacena en el hígado y en el músculo. El organismo utiliza el glucógeno
almacenado en el hígado para conservar la concentración adecuada de glucosa en
sangre, fundamentalmente entre comidas. El glucógeno muscular sirve de fuente de glucosa
de fácil acceso para la utilización por el propio músculo en situaciones de esfuerzo muy intenso.
Cuando el organismo lo demande para la obtención de energía, el glucógeno hepático
y el muscular se irán desdoblando para formar otra vez moléculas de glucosa. Así los
depósitos de glucógeno se van llenando cuando ingerimos carbohidratos y se van vaciando
con el ayuno o cuando hacemos ejercicio intenso y prolongado.
Esta reserva permite mantener niveles adecuados de glucosa en sangre en los períodos que no
hay ingesta de glúcidos, lo cual tiene una gran importancia, fundamentalmente para el cerebro.
Parcialmente digeribles:
Son un grupo de hidratos de carbono que pueden ser fermentados por la flora intestinal dando
lugar a lactato y ácidos grasos de cadena corta que pueden ser absorbidos y metabolizados.
Su valor energético es inferior a las 4 kcal por gramo que tiene el resto de glúcidos digeribles.
Constituyen un “alimento” para nuestra flora intestinal, por lo que su consumo es muy saludable.
El más conocido de este grupo es la inulina, presente en muchos vegetales y frutas.
No digeribles: fibras:
Son largas cadenas de hidratos de carbono que la especie humana no puede digerir, aunque
sí los animales herbívoros.
Actualmente se clasifican atendiendo a su solubilidad en el agua. Así pues las hay insolubles,
como la celulosa, y solubles como las gomas (por ejemplo, la goma de guar) y los mucílagos.
HIDRATOS DE CARBONO NO DIGERIBLES: FIBRAS
En la dieta la fibra la encontramos en los productos vegetales, y una de sus características es
que no aporta calorías.
Aunque la fibra no sea absorbida y por lo tanto, pase prácticamente inalterada por el intestino,
tiene unas propiedades que la hacen imprescindible para el mantenimiento de la salud.
Por su capacidad para retener agua, regulan el apetito porque provocan saciedad y, por tanto,
pueden ayudar a controlar el peso. Mejoran el funcionamiento del intestino grueso, y favorecen
sus movimientos (su motilidad), así los residuos del proceso digestivo, que tienen
cierto grado de toxicidad para el colon y el recto, son más fácilmente evacuados, al estar menos
tiempo en contacto con la mucosa intestinal.
Por ello, las fibras corrigen el estreñimiento y protegen contra ciertos tipos de cánceres digestivos.
Además, ayudan a prevenir o tratar la diverticulosis (inflamación de los divertículos
intestinales que son pequeñas bolsas o sáculos que se extienden desde la luz del intestino
hacia el exterior de éste), la diabetes y las enfermedades cardíacas.
Dentro de las fibras podemos encontrar dos tipos:
Solubles:
retienen el agua durante la digestión lo que implica un retardo en la digestión
y en la absorción de los nutrientes desde el estómago al intestino. Regulan el nivel de glucosa
en sangre y dificultan en parte la absorción de colesterol, ayudando de esta manera
a reducir su nivel plasmático. Podemos encontrarlas en alimentos como la cebada, lentejas,
avena, nueces y algunas frutas y verduras.
Insolubles:
las encontramos en el salvado de trigo y en las verduras. Aceleran el tránsito intestinal y dan mayor volumen a las heces.
Aunque, como hemos visto, las fibras tienen efectos beneficiosos para la salud, debemos hacer
alguna observación en cuanto a posibles efectos adversos. Si se consumen grandes cantidades
de fibra en un período de tiempo corto se puede llegar a sufrir flatulencia, distensión
y cólicos abdominales, los cuales desaparecerán cuando la flora intestinal se adapte a
ese aumento de fibra en la dieta. Los problemas de gases o diarrea pueden verse disminuidos
si vamos incluyendo en nuestra dieta fibras de forma gradual.
También, se puede producir una interferencia en la absorción de elementos como el hierro,
el zinc, el magnesio y el calcio pero, normalmente, los alimentos ricos en fibras lo son también
en minerales y no se observan problemas de deficiencias por esta causa.
La cantidad de fibra recomendable en una dieta es de 30-35 gramos por día. Además, es recomendable
beber abundante agua ya que ésta ayuda a que la fibra transite a través del sistema
digestivo.